Publicación en la Editorial REDLIC
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La supervivencia del ser humano radica en su capacidad de socialización, su vida constituye una constante interdependencia con otros seres humanos y todos con quienes compartimos este estrato conocido como biósfera, nuestra “aldea
global”, como se refiere el crítico cultural canadiense Marshall McLuhan en “The Gutemberg Galaxy” (1962). No obstante, esta misma circunstancia conlleva riesgos
para su salud y la vida misma.
Requisitos imprescindibles en la convivencia son las muestras de confianza y afecto; el saludo es parte del ritual y en él afloran las muestras de paz e intimidad, así, en el apretón de manos, el abrazo y en el beso. De pronto, éstas manifestaciones
sociales se consideraron como factores de riesgo y fueron suprimidas, cuando el 30 de enero del año 2020, el máximo organismo de las Naciones Unidas encargado de liderar y coordinar acciones sanitarias en el mundo, la OMS, declaró situación de pandemia por una nueva patología bautizada como COVID 19, con la imperiosa necesidad del confinamiento y el aislamiento social, como medidas sanitarias tendientes a frenar la incontenible arremetida del SARS CoV 2 avistado en Wuhan –provincia de Hubei en China.
Y así, esas muestras de confraternidad fueron consideradas como “peligrosos mecanismos de transferencia” del nuevo virus, retomando lo aseverado por la enfermera Leila Given en 1929, en torno a los mecanismos de transmisión de las
enfermedades infectocontagiosas.
La historia y el desarrollo de la epidemiología han documentado más de una decena de epidemias desde la antigüedad que han azotado a la humanidad y que algunas de ellas persisten aún en nuestro tiempo; así la tuberculosis llamada también como la “gran plaga blanca” o “tisis” evidenciada en restos humanos del neolítico
como también en momias egipcias.
Éstos agentes “infecciosos” (bacterias, virus), se los ha denominado como los “asesinos de la historia”, pues a lo largo del tiempo han cobrado inmisericordes diezmos en vidas humanas, algunas, entre las más letales recordamos a: la viruela, con aproximadamente 300 millones de víctimas; El Sarampión, al que se le atribuyen
unos 200 millones de muertes; La erróneamente conocida como Gripe española (se sabe su origen en Kansas 1918) cortando entre 50 y 100 millones de vidas humanas en dos años de actividad; también se cuenta que la Peste Negra del siglo XIV cobró más de 75 millones de vidas; El SIDA, presente en nuestro medio desde hace cuatro
décadas y que al momento se le considera como causante de aproximadamente 40 millones de fallecidos; otros 40 millones a cuenta del Cólera. Y ahora, el SARS CoV 2, denunciado por irrespetar fronteras y en apenas una semana haberse extendido a 40 países, aprovechándose del ticket de la globalización y haber matado hasta mayo del 2022 a un aproximado de 6.3 millones de seres humanos. Cómo olvidar que la llegada
de los europeos a Abya Yala, rebautizada como América, generó 17 epidemias que
liquidaron hasta el 95% de la población aborigen en 130 años de coloniaje, mostrando
mucha más efectividad que el “arte de la guerra”.
Estamos conscientes que estos fenómenos no son nuevos, y que su presencia siempre deja secuelas imborrables en la historia de la humanidad, pero, no solo de terror, aislamiento, destrucción y vacío, pues también han sido incentivadores de cambios, descubrimientos, progreso y cuestionamientos a nuestra “humana
convivencia”. Así como se les ha llegado a considerar “culpables confesos” de catástrofes demográficas; partícipes en la caída de poderosos imperios y portentosas ciudades, no debemos negar su participación en el desarrollo arquitectónico y urbanístico de las ciudades; la adopción de nuevas vías de comercio y cambios
culturales (gracias al SARS COV 2, en el 2020 el sistema on – line se ha asentado con
firmeza); también, consideremos el desarrollo de fundamentales medidas sanitarias y la detención de terribles guerras fratricidas (La peste bubónica paró la llamada “guerra de los 100 años”; la gripe española limitó la 1° guerra mundial, el “sudor
inglés” marcó el final de la guerra de las Dos Rosas).
Pero, los “microbios” no son por sí solos los generadores de estas situaciones,
condenarlos, sería negar la holística interacción de la vida.
Son casi 350 años desde que Antonie Van Leeuwhoeck (1674), quebrara la
teoría de la “generación espontánea” de Francesco Redi, al observar por vez primera
con un primitivo microscopio a quienes denominó “pequeños animálculos”, Ahora
conocemos que su existencia data de unos 3.300 millones de años, considerados los
especímenes más remotos y multitudinarios que coexisten en éste planeta, en la
tierra, en el agua y en el aire; que determinan los ciclos vitales de todos los
ecosistemas; que tienen una aún inimaginable diversidad y versatilidad para
adaptarse a los más extremos cambios ambientales; y tienen una sorprendente
capacidad de transformar la materia en energía vital (como las bacterias que
colonizan las raíces de las plantas o nuestro intestino); los índices de Shannon y Chao
indican que “microbiota sana equivale a buen estado de salud”.
Éste recuento de la historia de las pandemias, pretende recordarnos lo
frecuentes que son, los efectos que producen; que las muertes colectivas nos dejan
grandes vacíos en las familias y comunidades, que generan un ambiente de dolor,
angustia, tristeza, impotencia y desolación, pero también, que TODO PASA, y nos
brindan la posibilidad de reinventarnos y siempre reconsiderar la utopía del científico
Louis Pasteur: “Que las naciones se unan para con el conocimiento, salvar al planeta”,
a lo que caben las frases de Eduardo Galeano “Las utopías sirven para caminar, pues
caminemos”, en una convivencia con respeto.
Dr. Luis F. Altamirano Cárdenas
Coordinador
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E-ISSN: 2960-8015
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